Este cuarto en blanco es mi casa, y de ella preso hasta que recuerde volver andar. Sin tener odio a la luz, por delatar mi infeliz sombra, sin tener miedo a la oscuridad por verme aún más débil. Dueño del fracaso y esclavo del amor, me escondo en este rincón, poseído por una pluma con la tinta negra de un pasado, y los dos amigos que más me quieren, dos seres inertes como el escritorio y un papel arrugado como mi frágil corazón blando. Cada arruga echa con descaro, es el reflejo de cada corte en mi alma, que como un títere se aguanta sin conciencia alguna, sin saber quien le da vida. Y los hilos que le dan movimiento se van gastando y se va perdiendo su agradable baile. Para que seguir, soy un elegido por la tristeza, y un alumno del sufrimiento, encerrado en una aula donde nunca sales y siempre se aprende a base de caer. Más de un día me levante con el propósito de correr lo máximo, pero mis fuerzas siempre se agotan y de nuevo aparece un enorme vacío en mis pies. Sin oportunidad de elegir, me veo obligado a sentir su oscuridad, un pozo sin fin, donde nada te frena, te estancas en su abrazo intenso. Un sabor insípido llena mi boca, un espacio vacío libre de sonidos invade mis oídos, un continuo paisaje negro deja mis ojos ciegos.
Era un afortunado y prestigioso jefe de empresa, tenía todo lo que un hombre de la calle podría desear, la suerte me besaba todos los días la frente, el amor me soplaba de frente despeinándome. Me despertaba junto a la mujer más bella y la gente de mi entorno me amaba. Siempre reflexionaba sobre lo que tenía y daba gracias, pero a la vez era un ser extrañado por la vida perfecta que llevaba. Me sentía culpable de ser injusto con los demás, llevar una vida diez y que se pudiera comparar con una miserable carrera que otros corrían. Un corriente me invadía, me sentí miserable de llevar una vida que no merecía ya que era una persona como cualquiera. Todo era como un paraíso, todo perfecto. Lo que me proponía lo conseguía con o sin esfuerzo. Pero siempre hay algo que por mucho dinero que tengas, por mucho que valgas, nunca se puede recuperar, nunca puedes hacer que despierte lo que más quieres en el mundo tras un trágico accidente. Solía ir los domingos por la noche con ella, a pasear y susurrarle cosas bonitas al oído, mostrarle todo lo que la he echado en falta con tan solo una caricia, una mirada nuestra nos contaba todas las vivencias durante la dura semana que pasábamos, trabajando sin parar. Un paseo que siempre quise que se convirtiera infinito, cada paso era una pausa en nuestro corazón. Parecía que sus abrazos me inundaban de un sentimiento que ya no podría definir, me ahogaban, me dejaban en blanco, solo notaba su agradable presencia en mis brazos. La calidez de su sonrisa se fijaba en mi cerebro, imágenes que se grabaron en mi mente y cada rincón del paseo, de la acera, de los árboles, cada hoja, aún refleja dicha pasión. Aquel día, estuvimos mucho tiempo juntos, cada hora pasaba rápidamente. Nos adentramos en el bosque recordando bellas historias y nos sentamos en un hueco que dejaba pasar los rayos potentes de una luna que también querría presenciar tan fino amor. Quedamos tumbados en el césped, y su inocente rostro quedo encima de un pecho que palpitaba con calma. Iba diciéndole los planes para la empresa, que tenía para la semana que iba a empezar de nuevo. También le conté cosas sobre nuestro futuro casamiento en verano, y los posibles viajes que podríamos permitirnos juntos. Terminando por dedicarle unos versos improvisados en el oído en forma de susurro, vi sus parpados como se deslizaban cansados y me quedé allí pensando, soltando mi mente, dejándola fluir, hasta que el sueño me invadió. Presencie un cambio en mi vida de la noche al día, al despertarme con el nacimiento diario del sol, desesperado por ya llegar tarde al trabajo, intenté despertarla. No despertaba, una adrenalina frenética invadía cada rincón de mi cuerpo, estaba temblando. Sin abrir los ojos, acerqué mi dedo a su nariz y el mundo se cayo en un segundo, ya nada me importaba, ¿Quién era yo? Yo ya no era nadie. Perdí el motivo de mi existencia, el ánimo que me hacia una sonrisa a cada instante, el aroma que recorría velozmente mi vida. Ella, estaba encima del trabajo, de la poca familia que me quedaba, de los amigos, hasta de mi mismo. Desee que todo fuera un sueño, pero un deseo es algo estúpido en la realidad. Llame a la policía, llame a lo primero que se me pasó por la cabeza, llorando, sin casi poder hablar, asustado. En seguida estuvieron allí presentes, se la llevaron, ya no volví a ver nada relacionado con ella, ni sus facciones en fotos. Me quedé sin lágrimas, sin voz de tanto gritar, sin fuerzas para andar. Nadie me creía, ni la policía, ni mi propia familia, hasta su hermano pequeño me insultó. Se pensaban que era un loco, que yo la maté. Lloré solo en casa, en el entierro, nadie me dijo nada, ni tan solo me dieron ánimos mis padres. La cuidé siempre, le di lo mejor, ella estaba más feliz que nunca, al menos pudo descansar feliz, durmiendo para siempre encima de un pecho que nunca parará de palpitar, porque cada palpado es un inmenso recuerdo que no podrá borrarse. Dejé el trabajo, ¿Para qué seguir, si el propio periódico de la empresa repartió de escondidas la noticia que la gente había inventado por ser lo de más fácil pensar? Un jefe que mató a su amada en un parque, esto lo vieron hasta mis sobrinos de cuatro años. Los amigos, la familia, mi persona, todo se tiró por el desván. Sin tener pruebas, me culparon de una cosa que nunca habría pensado. Supongo que ya que siempre dije que la vida que llevaba era injusta para otras personas, me tocaría ahora vivir una vida de lo más miserable. Sintiéndome inferior a lo más triste, dejándome vencer por la tristeza.
Y ya son años de reflexión, de vivir aquí escondido sin ver a nadie ni siquiera sin ver la luz exterior, refugiado en este sótano lleno de provisiones de comida, una comida escasa, ya que escasa es mi necesidad para comer. Pensando cada día en lo que más quise, y pensando en seguir luchando. Intenté suicidarme, pero no lo ice, por miedo de ir al infierno y no encontrarnos más, me creí que era un asesino. Pero hoy, el día que nos íbamos a casar, quiero salir, quiero prometerte que puedo volver a ser feliz, porque no te gusta verme triste, lo sé, nunca te gustó que se borrase mi sonrisa, de mi cara. Hoy quiero ir a ver donde quedó tu figura enterrada y a dejarte este pequeño nudo que me ahogaba todo este tiempo, junto un ramo de margaritas, de las que íbamos a buscar cada primavera. Te recuerdo, por eso quiero que me veas feliz desde donde estés. Algún día iré a visitarte, y nos casaremos. Pero ahora intentaré seguir un camino que juntos empezamos, y acabarlo con un ‘te quiero’ en mis labios.
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